jueves, 3 de febrero de 2011

Instinto maternal

Enfed Berger

INSTINTO MATERNAL

Nilda, la menor de seis hermanos vivía con su madre en una casilla con techo de chapa y paredes de cartón y madera. El piso de tierra era polvo que lo cubría todo en tiempo seco y barro cuando la lluvia se colaba por las chapas. Los días de verano era imposible permanecer adentro, el calor era infernal. De noche se aguantaba porque no había más remedio. Los inviernos eran muy duros pero durante el día cada uno estaba afuera tratando de sobrevivir a su manera. A veces juntando cartón y botellas para vender. Cuando a la noche había sopa la calentaban en un fogoncito en el medio de la pieza y la noche fría se hacia soportable.
Otras veces no había sopa y la reemplazaban por una jarra llena de vino tinto ordinario. Doña María, su madre, una anciana de cuarenta años, decía que eso les sacaba el hambre y el frío, pero no era cierto. Su sabor áspero y amargo la hacía sacudirse, y eso que la obligaban a tomarlo casi desde la cuna. Lo que si era cierto es que con el estómago vacío le producía un sopor que le ayudaba a aguantar.
A los doce años conoció el sexo aunque no lo entendió muy bien. De noche en la pieza, la oscuridad era total y juntaban todos los colchones en el piso para que alcanzaran. Una noche sintió un cuerpo que la aplastaba y un aliento a vino diez veces más fuerte que el de ella tenía. Luego vendría un fuerte dolor como mil aguijones que nacía en su vientre y le recorría todo el cuerpo. Cuando le contó a su madre al día siguiente lo que su padrastro de turno le hizo, solo recibió un cachetazo que le hizo sangrar la boca igual que su vagina, nunca supo por que, pero entendió que debía callar.
Tras ese padrastro vinieron otros y algún medio hermano. Cuando dejó de luchar no sintió tanto dolor.
Podían poseer su cuerpo, pero su mente estaba en otro lugar.
Un día volviendo de cartonear, la madre estaba haciendo un guiso con mucha carne, tal vez lo que se comía en una semana. Estaba allí un hombre que le doblaba sus quince años y que ella había visto muchas veces. En un momento la madre le dijo: - Ahora te vas a ir con el Alberto a vivir a su casa y vos vas a hacer todo lo que te diga. Aunque no sepas leer, que no te hace falta vas a ser su mujer.- La despidió con un abrazo y siguieron comiendo. Años después seguía con la sensación que la había vendido por un kilo de carne pero en realidad fue uno de los pocos actos de amor de su madre.
En la villa estaba condenada a ser ladrona o prostituta o ambas cosas, agregado a la droga y las enfermedades. Ese muchacho era albañil y había recibido de su tío un lote con una casita precaria sin revocar, pero tenía agua de pozo, piso de cemento y estaba enganchado a la línea eléctrica. Hasta tenía un terrenito propio que lo rodeaba. Todo eso y un marido que solo se emborrachaba los fines de semana era lo mejor a lo que podía aspirar.
Pasaron algunos años y no le faltó techo ni comida y solo a veces le pegaba, cuando intentaba salir aunque sea a hacer las compras o la descubría con una vecina que le enseñaba a leer.
Lo que tenía su marido eran unos celos enfermizos que podían llegar a lo peor. Su casa era su solitaria cárcel pero había pasado por peores situaciones.
Un día su Alberto no volvió. Al día siguiente fue a la última obra donde trabajó y se enteró. En una discusión con un compañero terminó matándolo. La gente pobre que delinque si va a la cárcel y por los próximos diez años por lo menos, no saldría.
Nilda necesitaba plata para vivir y consiguió trabajo como sirvienta y hasta aprendió a leer.
Conoció a un muchacho de su edad, dieciocho para entonces que para tener sexo con ella no la emborrachaba ni la tiraba al piso para violarla. Le regalaba flores y le decía cosas lindas al oído. Salían a pasear luego de sus trabajos y se tomaban de la mano. Una noche de luna llena el sexo tuvo para ella otro significado, el verdadero. No era sinónimo de dolor, ni siquiera la ausencia de dolor, era el amor llevado hasta la cumbre en una de sus mejores manifestaciones. Su cuerpo y su mente volvieron a ser uno solo.
Fueron a vivir juntos a la casa de el y tuvieron un hijo que amamantó y crió, que se enfermó y luego sanó haciéndola conocer un dolor que no viene de su cuerpo y una alegría que nunca conoció. De repente una noche despertó y ya despierta volvió a hacerlo, de un sueño mucho más largo y profundo. Fue hasta la cuna de su bebé, lo acarició y lloró hasta el amanecer. Cuando salió el sol supo lo que tenía que hacer.
Habló un largo rato con su marido. Juntos y con su bebé en brazos fueron a la policía y hablaron con el comisario. Le tomó la denuncia y habló con el fiscal que investigó la causa de su anterior pareja. Al día siguiente fueron hasta la casita precaria donde había vivido y excavaron hasta sacar a la luz lo que allí estaba enterrado. El equipo forense colocó sobre mantas los restos óseos de los tres recién nacidos. Cuando vio lo que quedaba de sus hijos se arrodilló frente a ellos y con la frente en tierra lloró y les pidió perdón.
El fiscal y el comisario que creían haberlo visto todo en su trabajo se conmovieron hasta las lágrimas.
Su pareja anterior al que la gente apodó el chacal, la quería solo para el y cada vez que paría, el mismo la asistía para matar la criatura y enterrarla, cuando ella se reponía, todo había pasado.
Durante tres años ella borró de su mente lo que había sucedido, tal vez sin comprenderlo del todo. Cuando el fiscal le preguntó porqué recién ahora hablaba, dijo:
-Cuando concebí esas criaturas y las parí solo lo hice para cumplir con lo que me pedía mi pareja, no me di cuenta de lo que eran en realidad. Después de enamorarme de un hombre y criar un hijo de mi vientre comprendí que era parte de mí y el horrendo crimen que había permitido hacer. Fui madre y dejé que mataran a mis hijos.
Solo supe lo que significa ser madre, cuando amamante a mi criatura y la vi a los ojos.
Tal vez la justicia me perdone y hasta Dios se apiade de mi pero no me alcanzará mi vida para que yo me perdone.-
Finalmente su cuerpo su mente y su alma fueron uno solo.